Entrada basada en el libro Fear is the mind killer (Mannion & McAllister, 2020).
Recomiendo leer:
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Empezamos con esta entrada a comentar un libro ciertamente sorprendente. Sus autores son James Mannion y Kate McAllister. Ambos autores, docentes en activo, coincidieron en un centro educativo (aquí tenéis su link: https://www.seaviewprimary.co.uk), gracias a que su director, Stuart, quería poner en marcha una iniciativa sorprendente: crear una asignatura en la que el alumnado aprendiera a aprender (el famoso “Learning to Learn”). Lo que nos vamos a encontrar en este libro son los pasos que fueron dando para construir una asignatura de varios cursos, y los resultados que se derivaron de ella. Espero que este inicio sorprendente os anime a leer la entrada.
La base
Los autores empiezan citando la recopilación de la Education Endowment Fund (EEF) sobre la eficacia de distintas estrategias. Es una web que sigue actualizándose, y que podéis consultar aquí: https://educationendowmentfoundation.org.uk/education-evidence/teaching-learning-toolkit. Tenemos la suerte de que se encuentra traducida al castellano, en la web de Educaixa: https://educaixa.org/es/repositorio-evidencias-educativas
Nos fijamos en el primer elemento, uno del que ya hemos hablado mucho: el feedback (encontrarás muchas entradas sobre ello pinchando aquí). Y efectivamente hay razones para ello, ya que se encuentra en el primer lugar en cuanto a impacto y beneficio/coste. Sin embargo, cuando analizas la investigación descubres que hay una probabilidad de un tercio de que el feedback no tenga efectos positivos, sino negativos (aquí tienes una buena revisión sobre los efectos del feedback).
Es un hecho sorprendente, ¿verdad? Hablamos del feedback, el número uno de la lista de Hattie o de la revisión de la EEF. Debería ser una apuesta segura. Pero como a mí me gusta decir, en educación es más importante el “cómo” que el “qué”. Imagina que llegas a un claustro y dices: “Vamos a implantar algo que es lo mejor, pero que empeora las cosas un tercio de las veces”. ¿Qué respuesta obtendrías?.
Sin embargo, y por ese camino discurre también el blog, el papel de los docentes es precisamente ese: implementar de la manera adecuada las ideas que nos aporta la investigación.
Metacognición o autorregulación
Según el mismo estudio de la EEF, el segundo lugar lo ocupa la metacognición. “Alto impacto por muy bajo coste”, basado en abundantes evidencias. Sin embargo, muchas veces no tenemos claro a lo que nos referimos por metacognición y autorregulación, y sobre todo qué quiere decir en el aula. Esto no debe sorprendernos, ya que la investigación tampoco es siempre muy clara en este sentido.
Dinsmore y colaboradores en 2008 (artículo original aquí) revisaron más de 250 estudios en un intento por determinan el significado de la metacognición y el aprendizaje autorregulador. Sus resultados revelan que el 49% de estos estudios aportaban algún tipo de definición, pero las difiniciones entre ambos conceptos se solapaban a menudo.
Otro autor, Schunk (tenéis un libro entero de este gran autor aquí) lamentaba:
Estas definiciones se han diluido hasta el punto de que hoy nos preguntamos cosas como: ¿es la metacognición parte de la regulación? ¿Es el aprendizaje autorregulador parte de la autorregulación? ¿Es la autorregulación más sensible al entorno, que es más un factor personal?
Metacognición
La palabra metacognición fue inventada por John Flavell en 1976 (https://eric.ed.gov/?id=ED115405) como algo más que “pensar sobre pensar”. Lo definió como un proceso dinámico y complejo: “la monitorización activa y la regulación consecuencia de ello para orquestar procesos de pensamiento al servicio de un objetivo”. En 1979, el mismo Flavell desarrolló el siguiente modelo (https://psycnet.apa.org/record/1980-09388-001), que he adaptado para vosotros:

En definitiva, Flavell sugirió que aprendemos para controlar nuestro pensamiento motorizando lo que sabemos de los demás, de nosotros mismos, de las tareas y las estrategias. Propuso que este conocimiento metacognitivo crece a través de la experiencia, fijando objetivos e identificando y empleando estrategias que nos permitan llegar a ese objetivo. Todos estos componentes interactúan entre ellos, y a través de esas interacciones desarrollamos habilidades metacognitivas y ampliamos nuestro conocimiento. Y todo lo hacemos para mejorar nuestra habilidad de conseguir nuestros objetivos en el futuro.
Autorregulación
Para hablar de este término los autores citan a Albert Bandura, que en los años 70 y 80 definió este concepto como el proceso de generar influencia en el ambiente externo a través de nuestras emociones y comportamientos. Sin embargo, el lenguaje que se ha empleado para definir este término posteriormente ha ido solapándolo con la metacognición, como ya hemos desarrollado antes gracias al análisis de Dinsmore y colaboradores. Estos mismos autores confluyen que, a partir del uso que le hemos dado, la metacognición se suele referir con más frecuencia a procesos cognitivos (por ejemplo: cómo aprender mejor) y la autorregulación a procesos conductuales y emocionales.
En definitiva, lo que nos propones los autores se puede resumir en la imagen siguiente:

El aprendizaje autorregulado
Para concluir todo este embrollo, podemos afirmar que lo que realmente deseamos es una persona que es un aprendiz autorregulado, es decir, que aplica la metacognición y la autorregulación al aprendizaje.
Y ahora llega la pregunta clave: ¿cómo podemos enseñar esto? Aquí los autores me sorprenden de nuevo: “un nadador no puede mejorar sin práctica”. Si queremos que todos los alumnos y alumnas de nuestra escuela se conviertan en aprendices autorregulados, necesitamos darles el tiempo y el espacio para desarrollar y practicar los conocimientos, habilidades, hábitos y disposiciones que constituyen la autorregulación. Se trata por dentro de clases específicas en las que aprendan a monitorizar y gestionar sus pensamientos, emociones y comportamientos A fijarse objetivos, estableciendo una cultura de clase que permita tomar responsabilidad sobre los aspectos del propio aprendizaje.
Concretando aún más, preguntando:
- ¿Qué has aprendido esta semana(mes(trimestre?
- ¿Qué estabas haciendo cuando aprendiste X?
- ¿Quizás preguntaste algo y te respondieron?
- ¿Hiciste la pregunta y la respuesta apareció en tu mente al hacerla?
- ¿Escuchaste al profesor o a un compañero?
- ¿Lo miraste en un libro?
- ¿Estabas pensando en otra cosa y de repente sucedió?
- ¿Cómo te sientes cuando aprendes algo complicado?
- ¿Cuánto tiempo tardaste en aprender X? ¿Fue más o menos del tiempo que estimabas al principio?
- ¿Cómo puedes saber si confiar en una fuente de información online?
- ¿Qué tipo de cosas son buenos objetivos a corto, medio y largo plazo? ¿Por qué?
- ¿Qué tipo de cosas son malos objetivos a corto, medio y largo plazo? ¿Por qué?
- ¿Es posible mejorar como estudiante? ¿Es posible empeorar?
- ¿Cuáles son las características de un buen estudiante¿
- ¿Cómo describirías sus características personales?
- ¿Qué estrategias usa?
- ¿Qué creencias tiene?
- ¿Qué herramientas tiene la gente para ayudarles a aprender mejor? ¿Alguna vez se lo has preguntado a alguien?
Para terminar esta entrada, es necesario puntualizar que la metacognición y la autorregulación son conceptos que siguen siendo objeto de estudio y debate. La visión de los autores del libro en el que se basa esta entrada no coincide con la visión de la EEF en su “Guidance Report” que podéis consultar pinchando aquí. Otro gran experto en el tema, Ernesto Panadero, publicó en 2017 un artículo en el que define al aprendizaje autorregulado (ARR) incluyendo los aspectos cognitivos, metacogntivos, conductuales, motivacionales y emocionales/afectivos. Podéis leerlo aquí. Ambos documentos coinciden en que no hay esa división entre metacognición y autorregulación que hemos presentado aquí , y por ese camino iremos en las siguientes entradas.
Dejamos aquí esta entrada, que espero os ayude a entender mejor las próximas que tendrán como tema principal la metacognición.
Reblogueó esto en ahakimvsita.
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