Una parte esencial del trabajo docente consiste en ayudar al alumnado a construir modelos mentales: representaciones internas que les permiten entender, predecir y razonar sobre el mundo. Ya hemos hablado de esto aquí. Pero ¿cómo se construyen estos modelos? ¿Qué podemos hacer desde el aula para que no sean meros esquemas memorizados, sino herramientas activas de pensamiento? En esta entrada, te propongo estrategias complementarias para lograrlo: concretar lo abstracto, variar los ejemplos y mostrar también lo que no es.
1. Llevar lo abstracto a lo concreto
Los conceptos que se van a aprender tienden a ser abstractos, sobre todo a medida que avanza la escolarización. Por ejemplo, no es lo mismo aprender lo que es un cubo, algo tangible, que lo que significa una letra en la fórmula que calcula el área del cubo (y por tanto sirve para todos los cubos). Tal vez esto sea más fácil de ver en materias de ciencias, pero pensemos también en las materias como literatura o historia: ¿qué es una revolución? ¿y un cuento? En el fondo, podemos pensar en cualquier ejemplo de muchas materias.
Para que estos conceptos tengan sentido, necesitan anclarse en lo concreto. Un buen modelo mental empieza por ser visible y comprensible en situaciones específicas. Por ejemplo, calculando el área de un cubo tangible. Leyendo sobre la Revolución Francesa. Para ello, es fundamental proponer diferentes modelos concretos que ayuden a extraer los principios abstractos y generales. Pongamos un ejemplo: cuando explicamos las propiedades de los seres vivos, como la nutrición, no basta con una definición general. Es más eficaz si preguntamos: ¿cómo se nutre una esponja? ¿Y un caracol? ¿Y una mariposa? Al analizar cómo se expresa la misma propiedad en organismos diferentes, el alumnado no solo ve el concepto, sino que empieza a entender su alcance y su variabilidad.
Este paso —concretar— es esencial para evitar que los conceptos se aprendan como fórmulas vacías. Permite formar imágenes mentales, identificar componentes, establecer relaciones. En definitiva, es la puerta de entrada para que lo abstracto se convierta en significado. De esta manera, podemos construir modelos mentales a partir de ejemplos concretos si reflexionamos en las características que los asemejan y diferencian.
2. Variar los ejemplos y activar los tres mundos
Una vez que la idea está presentada, necesitamos que se sostenga. Aquí entra en juego una metáfora pedagógica: el taburete. El “asiento” es la idea que queremos que el alumnado comprenda. Pero sin patas que lo sostengan, el asiento cae. Las tres patas del taburete representan los tres mundos del aprendizaje descritos por Graham Nuthall: el mundo privado del alumnado (sus experiencias, recuerdos, emociones), el mundo social del grupo (las interacciones, conversaciones, debates) y el mundo del profesorado (lo que decide enseñar, cómo lo presenta, qué ejemplos elige, qué preguntas plantea).
Variar los ejemplos no es un capricho: es una estrategia para activar esos tres mundos. Un ejemplo conectado con la experiencia personal (¿te has fijado en cómo se abre una flor por la mañana?) toca el mundo privado. Un caso discutido en clase (¿por qué no se considera ser vivo el fuego?) activa el mundo social. Un ejemplo diseñado y guiado por el profesorado (como una práctica de laboratorio o una observación en vídeo) encarna el mundo instruccional.
La clave está en no repetir siempre el mismo tipo de ejemplo. Cuando todos los ejemplos son parecidos, el concepto se achica. Cuando se varían, se expande y se complementa con el primer principio desarrollado en la entrada.
3. Mostrar también lo que no es: el poder de los desejemplos
Una estrategia poco utilizada —pero muy potente— es presentar desejemplos: casos que parecen ajustarse a la idea, pero que no lo hacen. Como decíamos antes: ¿es el fuego un ser vivo? ¿y un robot que se mueve solo? ¿y un virus? Estas preguntas obligan a delimitar el concepto, a pensar en qué condiciones se cumple realmente.
Poner límites también ayuda a clarificar los conceptos, como un marco ayuda a diferenciar los límites de un cuadro. El desejemplo cumple dos funciones esenciales: establece límites (qué queda dentro y qué fuera del concepto) y afina el pensamiento. Obliga a analizar, justificar, comparar. No basta con decir “sí” o “no”: hay que argumentar por qué. En este sentido, los desejemplos ayudan a consolidar el marco mental del concepto, a construir sus bordes.
También tienen una ventaja añadida: generan conflicto cognitivo, que es uno de los motores del aprendizaje profundo. Cuando algo no encaja, nos detenemos a pensar. Utilizar desejemplos nos ayuda a considerar algo que NO ES: una guerra que no sea una revolución, una historia que no sea un cuento, una figura que no sea un cubo… De esta manera se consolidan los modelos mentales.







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