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Os recuerdo que podéis descargar la guía pinchando en este enlace.

Recomendación 3: usar estrategias de gestión del aula para fomentar un buen comportamiento.

En 2016, unos investigadores estadounidenses llevaron a cabo un experimento para hallar un modo eficaz de reducir el bullying en los institutos (alumnos de 11 a 16 años), a partir de una campaña contra el bullying realizada por los propios alumnos (puedes leer estudios similares pinchando aquí). El alumnado elaboró diversos carteles y repartía pulseras naranjas como recompensa visual por comportamiento amable y actuar contra el bullying. Se repartieron 2500 pulseras y se constató una disminución del 30% en los conflictos entre alumnos respecto al grupo control. Este experimento concuerda con nuestra visión sobre la motivación en la adolescencia: muchos adolescentes están influenciados por sus compañeros y motivados por la justicia social. Estas estrategias de «conexiones positivas» pueden ser más potentes que las centradas en las consecuencias negativas.

En una revisión sistemática de la Campbell Collaboration en 2009, se analizaron 53 iniciativas escolares contra el bullying, identificando los siguientes elementos clave:

  1. Una política contra el bullying en todo el centro.
  2. Normas en el aula, muchas veces consensuadas con el alumnado.
  3. Cooperación entre el personal escolar para organizar grupos de trabajo con las víctimas y los agresores.
  4. Información para las familias, con un manual para los docentes sobre cómo estructurar la comunicación. Reuniones de formación conjunta docentes y familias.
  5. Una mejor supervisión del recreo.

Las investigaciones disponibles sugieren que una formación eficaz para ganar experiencia en gestión del aula implica que los profesores reflexionen sobre su propio enfoque, prueben nuevos enfoques y revisen su hay mejoras. Resulta fundamental trabajar en equipo, creando grupos de ayuda entre docentes y momentos de discusión de las principales dificultades en este sentido.

Una vez más, resulta llamativo el poco tiempo que podemos programar en las escuelas para reflexionar juntos acerca de este aspecto tan importancia para nuestro día a día.

La guía también nos anima a poner en práctica sistemas de recompensa pero solo si forman parte de una estrategia más amplia de gestión del aula. De hecho, las investigaciones en este sentido no son concluyentes.

Recomendación 2: enseñar actitudes y a gestionar el comportamiento problemático

La guía cita el informe TALIS de 2018, en el los docentes españoles de primaria afirmaron que usan el 18% del tiempo en mantener el orden en clase, mientras que los docentes de secundaria invierten el 16%. Aunque es imposible lidiar con todas las situaciones problemáticas, se pueden trabajar mediante la enseñanza explícita de actitudes de aprendizaje. La guía se refiere a estas actitudes como comportamientos habituales: por ejemplo, escuchar cuando otro compañero está hablando. Sin embargo, una advertencia importante: puede que el alumnado esté más callado, pero es no quiere decir que estén implicados en escuchar. Por eso hay que elegir bien los hábitos a trabajar, que deben ser proactivos («hacer cosas«) y no sólo reactivos («dejar de hacer cosas«).

Esta idea me parece otra de esas pequeñas gemas que esconden este tipo de documentos. Si nuestra intervención en el aula consiste en indicar lo que NO (no hables, no te levantes, no…) vamos a perder un montón de energías en «contener» comportamientos. Lo que propone esta guía es «promover» comportamientos, y para eso hay que proponer cosas que SÍ (piensa en la idea clave de lo que está diciendo tu compañero, sal a la pizarra con tu pareja para resolver este problema, etc.).

Mejorar el comportamiento supone también trabajar la autorregulación del alumnado: que sean ellos mismos los que caen en la cuenta, y por eso hay investigaciones que sugieren que la gestión del comportamiento puede mejorar tanto los resultados académicos como las habilidades cognitivas (McDermott, 2001).

Los investigadores Ellis y Todd proponen, en este sentido, un modelo de relaciones que nos ayuda a identificar cuál de estas relaciones podemos desarrollar o fortalecer. El marco sugiere que las actitudes para el aprendizaje se encuentran dentro del ámbito de influencia del centro, e incluso el de cada docente. Por eso hay que convertirlo en un eje de trabajo específico en los centros educativos.

Cambiar una actitud para el aprendizaje es un proceso dinámico, por tanto, pero que puede afrontarse desde diferentes perspectivas:

  1. Fomentar la implicación, por ejemplo hablando de una situación concreta con una persona de clase y animándolo a continuar. Ver el error y la sorpresa como una parte importante del aprendizaje, como ya dijimos en esta entrada que os recomiendo mucho. Esto sería en relación con uno mismo.
  2. Mejorar la planificación del currículum, de manera que mejore la relación con el mismo. En el blog encontrarás muchas ideas en este sentido, pinchando aquí. Lo que está claro es que una mayor sensación de autoeficacia puede mejorar el comportamiento, porque las personas solo podemos implicarnos cuando nos sentimos capaces. Así que cualquier medida que acerque y haga accesible el aprendizaje, mejorará también el comportamiento.
  3. La cultura de clase es fundamental, igual que el trabajo con las familias, lo que favorecerá el trabajo en relación con los demás. Por ejemplo, utilizando la escucha empática. Este tipo de escucha va más allá de simplemente oír las palabras; implica poner atención genuina a las emociones, preocupaciones y perspectivas de los padres y tutores. Para lograr esto, es esencial que los docentes se centren en crear un ambiente de confianza y respeto, donde las familias se sientan valoradas y comprendidas. Al practicar la escucha empática, los docentes podemos utilizar técnicas como el contacto visual, asentir con la cabeza para mostrar comprensión y hacer preguntas abiertas que inviten a la reflexión y al diálogo abierto. Además, la escucha empática nos ayuda a identificar y abordar de manera efectiva las necesidades y expectativas de las familias, lo que a su vez beneficia el desarrollo y bienestar del alumnado.

Finalmente, acabamos esta entrada conectando todo lo dicho con las entradas que hemos dedicado a la motivación en el aprendizaje. Y es que resulta imprescindible comprender que estas estrategias de gestión del comportamiento necesitan ponerse en marcha a la vez que trabajamos la motivación y la metacognición del alumnado, ayudando a poner en valor el trabajo y la perseverancia a pesar de los fracasos, y la construcción de una autoeficacia positiva que permita afrontar con confianza los desafíos que se puedan plantear en la escuela.

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