Llega ese momento del año en que las aulas se llenan de subrayadores fluorescentes, montones de fichas apiladas y frases como “me lo tengo que empollar sí o sí”. El alumnado, muchas veces con la mejor de las intenciones, se lanza a estudiar con fuerza… pero no siempre con dirección. Y no es por falta de ganas, sino porque nadie les ha enseñado —de verdad— a aprender.
Esta entrada no es un decálogo de trucos milagrosos, sino una invitación a pensar cómo puede el alumnado estudiar de forma más eficaz, especialmente cuando el tiempo apremia y los nervios aprietan. Porque no se trata de estudiar más, sino de estudiar mejor.
No confundamos sensación con aprendizaje
Uno de los errores más comunes al estudiar es confundir lo que parece eficaz con lo que realmente lo es. Rellenar hojas y hojas de resúmenes, volver a leer una y otra vez los apuntes o subrayar sin parar pueden hacer que una persona sienta que está aprendiendo… pero lo cierto es que muchas veces solo está rellenando el tiempo de estudio, no la memoria.
Sabemos que el aprendizaje duradero requiere algo más incómodo: esfuerzo mental, pausas, errores, dudas. No porque aprender tenga que ser difícil por naturaleza, sino porque lo que cuesta un poco más suele dejar huella más profunda.
Recordar es aprender: la práctica de la evocación
Imagínate que en lugar de repasar, te pruebas. No con un examen final, sino con pequeños desafíos: ¿qué recuerdo del tema de historia sin mirar?, ¿podría explicárselo a alguien sin apuntes?, ¿sabría escribir una respuesta completa ahora mismo?
Este tipo de práctica —llamada recuperación activa— es una de las estrategias más poderosas para consolidar lo aprendido. Cada vez que una persona se esfuerza en recordar, fortalece esa conexión en su memoria. Y no solo eso: descubre lo que no sabe aún, lo que parecía entendido pero aún está difuso.
Una ficha, una pregunta en voz alta, un papel en blanco… son herramientas más potentes de lo que parecen.
Estudiar de golpe o poco a poco: la trampa del atracón
El estudio de última hora —ese maratón nocturno acompañado de cafeína y ojeras— tiene un efecto engañoso. Puede servir para pasar un examen, pero no para aprender de verdad. Lo que entra deprisa, sale igual de rápido.
En cambio, estudiar espaciado, dejando días entre repasos, favorece que el contenido se asiente. No hace falta duplicar horas, sino repartirlas mejor. Volver a un tema cuando ya no lo tienes fresco es incómodo… pero justo por eso, más eficaz.
Y si entre repaso y repaso mezclas distintos temas o materias (intercalado), obligas a tu cerebro a comparar, distinguir y afinar. Es como entrenar el pensamiento, no solo la memoria.
¿Por qué? ¿Para qué? La fuerza de explicarse a uno mismo
Estudiar no es repetir como un loro. Aprender empieza cuando algo cobra sentido. Por eso, explicarse el contenido con tus palabras, buscar el “por qué”, hacer conexiones, inventar ejemplos… es mucho más que un adorno: es el núcleo del aprendizaje significativo.
A esto lo llaman autoexplicación o elaboración, pero en realidad es una práctica muy humana: intentar entender. Puedes hacerlo en voz alta, escribiéndolo, o contándoselo a alguien. No importa el formato; importa que te obligues a pensar.
Hacer exámenes como forma de estudiar
Hay una paradoja que no siempre entendemos: hacer exámenes (sin nota) es una de las mejores formas de preparar exámenes (con nota). Simular la situación, enfrentarse a preguntas abiertas, resolver sin mirar… no solo pone a prueba lo que sabes, sino que mejora tu comprensión y tu memoria.
Un consejo: si después del “simulacro” revisas tus fallos, piensas por qué te equivocaste y lo vuelves a intentar, el aprendizaje se multiplica.
Planificar no es hacer un horario bonito
Saber que una estrategia funciona no garantiza que la vayamos a usar. Por eso es útil que el alumnado —y también quienes le acompañan— transforme su intención en acciones concretas: ¿cuándo voy a repasar este tema?, ¿cómo lo haré?, ¿qué señales me dirán si voy bien?
La planificación con intención (lo que en psicología llaman intención de implementación) no es hacer horarios llenos de colores, sino convertir el “quiero” en un “voy a” con fecha y método.
Pensar sobre cómo estudio: el metaprendizaje
Estudiar no es solo conocer cosas, sino conocerse a una misma como aprendiz. ¿Dónde me atasco?, ¿qué me está funcionando?, ¿cómo sabré si estoy preparada?
El alumnado que se para a reflexionar sobre su forma de aprender —aunque solo sea un momento al acabar el día— avanza con más control y menos ansiedad. Y no necesita grandes herramientas: una libreta, una pregunta, un rato para pensar ya son un primer paso.
Para terminar: no todo el esfuerzo es igual
El final de curso suele venir cargado de presión, cansancio y prisas. Pero también es una gran oportunidad para que el alumnado descubra que no todo el esfuerzo es igual. Que el estudio inteligente no es tramposo, sino más profundo. Que aprender bien es aprender con cabeza, con estrategia y con confianza.
Como docentes, tenemos la tarea —y el privilegio— de ayudarles a descubrirlo. No solo para aprobar, sino para saber y comprender. Y eso, al final, es lo que permanece.
Bibliografía
- Dunlosky, J. et al. (2013). Improving Students’ Learning With Effective Learning Techniques. Psychological Science in the Public Interest.
- Soderstrom, N. C. & Bjork, R. A. (2015). Learning Versus Performance: An Integrative Review.
- Deans for Impact (2015). The Science of Learning.
- Rea, S. D., Wang, L., Muenks, K., & Yan, V. X. (2022). Students Can (Mostly) Recognize Effective Learning, So Why Do They Not Do It?
- Libros del blog “Investigación Docente” Año 1, 2 y 3.








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